miércoles, 6 de noviembre de 2013

Según narra la leyenda, El Sisimite, también conocido como Itacayo es un monstruo muy parecido al temible Pie Grande de Los Estados Unidos, y al Yeti del Tibet tanto en apariencia como en sus misteriosos avistamientos.

El Sisimite es una especie de mono, o monstruo, de largo pelaje, gran altura y mucha fuerza que habita en las cuevas que están en lo profundo e inaccesible del bosque, se alimenta de frutas y vaga libremente por las montañas más altas.

Se dice que los Sisimites bajaban de las montañas a lugares mas transitados del bosque en busca de mujeres, a las que secuestraban y se las llevaban a sus cuevas, naciendo de esta unión una especie de hombres mono.

Muchos pobladores aún comentan con admiración la asombrosa historia de una mujer que logró escapar de la cueva donde la tenía secuestrada el Sisimite, se dice que el monstruo al darse cuenta del escape persiguió a la mujer con los tres hijos de ámbos pero ella no se detuvo y cruzó el rio, del otro lado se detuvo un instante y vió como el Sisimite enojado porque no regreso tiró los niños al rio y se ahogaron.

Al Sisimite se le asocia al Dios Chac de la Cultura Maya y los pobladores aseguraban que en el interior de las cuevas estan grabadas las manos y huellas que dejaron los sisimites.

Las Mejores Leyendas de Honduras









El duende del Nanzal



Por: Hector A. Castillo.
Muchos, igual que yo, juran haberlo visto: un hombrecito, orejón y barrigón que lleva la cabeza siempre cubierta por un gran sombrero aludo mucho más grande que él en circunferencia. Tenia su residencia en una cueva en las profundidades de una enorme roca en una de las lomas del cerro Capiro, en las orillas de Trujillo. Por eso los trujillanos, con razón, han bautizado aquel peñasco como La Piedra del Duende. Unos compañeros de escuela atestiguaban su existencia y temerosos del que se suponía un ser infernal, se mantenian alejados de los árboles de nance cercanos a la roca, de lo que para nosotros los adolescentes, era una fruta codiciada: los nances. Lo extraño es que a pesar de que corrían de boca en boca, tantos rumores de las apariciones del duende aquel, entre estos no había tan solo uno que dijera que el gnomo le había causado daño a nadie. La gente decía que era porque aquel era un gnomo bueno; si hubiera sido de los malos, decían los trujillanos, se habrían dado cuenta hace mucho tiempo porque, simplemente, tuvieran que haber sufrido la desaparición misteriosa de algunos de sus niños. Los duendes y los gitanos, según la leyenda, tienen predilección por los niños. Recuerdo las muchas veces que mi madre usando el pretexto del duende, logró hacernos desistir, a mi hermano y a mi, de que nos fuéramos a vagar a buscar nances a los potreros de la Piedra del Duende. Temerosos de ser secuestrados por vagos y desobedientes, por este, nos autoconfinabamos a las inmediaciones de nuestro hogar en donde le gustaba a mi preocupada madre tenernos. Con la imagen del duende en mi mente, le había cogido terror a Paco, un enano que vivía en el barrio de Rio Negro. Cuando iba a ese barrio a visitar a mi tía Aurora, solía deslizarme a la casa vecina de Manuel Zepeda, a deleitarme con los ensayos de la marimba titulada Azul y Blanco, de la que era aquel su dueño y director. Completamente absorto en la actividad de los músicos ejecutando sus instrumentos, no me daba cuenta cuando Paco, que aparecía de a saber donde, conciente de que me mantenia aterrorizado, se venia por detrás de mi y acompañando con un estridente ruido que hacia al tronar la lengua con el cielo de la boca, me daba con los dedos indices, un hurgón simultáneo en los costados. Aquello bastaba para que saliera yo en desbandada, llevandome de encuentro todo lo que habia por delante. Estando tan joven, no estaba seguro de si era odio o temor, o ambos lo que le tenia a aquel infeliz enano; el caso es que lo detestaba porque veía en él un duende malo; asociaba yo a Paco con y muchas veces sospeché que era él, el duende de la piedra. En aquellos días de mi niñez inquieta, lejos estaba yo de sospechar que muy luego me tocaría mi turno de encontrarme con el famoso duende de la piedra. Aquel día un grupo de compañeros, desafiantes habíamos decidido ir a recoger nances a la salida de la escuela, en los terrenos de la Piedra del Duende. Por una extraña coincidencia, era en esa zona en donde estaban los árboles de los nances más grandes y más dulces. Sacandolos del bolsón con que acostumbrábamos asistir a clases, nos metíamos los cuadernos y los libros entre la faja del pantalón y la barriga, para así poder usar los bolsones para los nances que eran el objetivo de nuestras travesuras. Siendo la hora como las cuatro de la tarde, estaba en su comienzo el acostumbrado coqueteo vespertino de los colores del crepúsculo tropical, con las ramas de los árboles que anticipando el misterio de la oscuridad que se aproxima- ba, parecian adelantarse a tomar formas caprichosas. Con la noche avanzando a pasos agigantados, teníamos que apurarnos para que no nos fuera esta a sorprender, y para evitar tener que contrastar con las horas del duende. Según los rumores, las horas preferidas de este eran la caída de la tarde, al anochecer. Estaba en medio de lo que, para nosotros los muchachos, era parte de la rutina nancera, que consistía en encaramarnos a los árboles para sacudir las ramas, cuando de repente desgarró el tímpano de mis oídos, un silbido espantoso. Un aterrador silbido que no podía proceder de ningún otro lugar más que de los labios del infernal duende. Se decía que los inconfundibles sonidos del duende eran su estruendoso silbido, acom pañado del monótono diptongo que los campesinos usan para arrear ganado. Desde la ventajosa posición que me ofrecía la altura de la rama en que me encontraba, podía mi vista abarcar más espacio que mis compañeros que estaban abajo recogiendo los nances. Recuerdo que al segundo silbido, volví mis aterrados ojos hacia la dirección desde donde este procedía, y fue entonces cuando lo vi. ¡Allí estaba! ¡Alli estaba el mismito duende! Venia trepando la loma dirigiendose a donde estábamos nosotros. Lo primero y lo último que le vi, fue el gran sombrero. Sin darme cuenta, me aventé de la rama aquella y hasta el día de hoy no me he podido explicar, como fue que no me reventé la vida. Emprendí una carrera desesperada dejando a mis compañeros atrás. Al oirme gritar: ¡el duende!, todos se espantaron y comenzaron a seguirme en mi desenfrenada carrera. Recuerdo que en el camino quedaba una cerca de alambre de peligrosas púas, que hasta el día de hoy, no me puedo imaginar ni como ni cuando la crucé. Fue aquella la última vez que fui a buscar nances a los terrenos de La Piedra del Duende. Jamás volví por aquellos lados. Para mi los nances de aquel maldito lugar habian quedado vedados de por vida.







La Siguanaba






La Siguanaba, llamada comúnmente La Siguanaba. La leyenda de la Sihuanaba dice que una mujer, originalmente llamada Sihuehuet (Mujer Hermosa), tenia un romance con el hijo del dios Tlaloc, del cual resulto embarazada.Ella fue una mala madre, dejaba solo a su hijo para satisfacer a su amante.Cuando Tlaloc descubrió lo que estaba ocurriendo él maldijo a Ahuehuete. Ahora se llamará Sihuanaba (Mujer Horrible), ella sería hermosa a primera vista, pero cuando los hombres se le acercaran, ella daría vuelta y se convertiría en un aborrecimiento horrible.La forzaron a vagar por el campo, apareciendosele a los hombres que viajan solos por la noche.Dicen que es vista por la noche en los ríos de El Salvador, lavando ropa y siempre busca a su hijo, el Cipitio al cual le fue concedida la juventud eterna por el dios Tlaloc como su sufrimiento.Según lo que cuenta la leyenda, todos los trasnochadores están propensos a encontrarla. Sin embargo, persigue con más insistencia a los hombres enamorados, a los don juanes que hacen alarde de sus conquistas amorosas. A estos, la Siguanaba se les aparece en cualquier tanque de agua en altas horas de la noche.La ven bañándose con guacal de oro y peinándose con un peine del mismo metal, su bello cuerpo se trasluce a través del camisón. El hombre que la mira se vuelve loco por ella. Entonces, la Siguanaba lo llama, y se lo va llevando hasta embarrancarlo. Enseña la cara cuando ya se lo ha ganando.Para no perder su alma, el hombre debe morder una cruz o una medallita y encomendarse a Dios.Otra forma de librarse del influjo de la Siguanaba, consiste en hacer un esfuerzo supremo y acercarse a ella lo más posible, tirarse al suelo cara al cielo, estirar la mano hasta tocarle el pelo, y luego halárselo. Así la Siguanaba se asusta y se tira al barranco.Otras versiones dicen que debe agarrarse de una mata de escobilla, y así, cuando ella tira de uno, al agarrase la víctima de la escobilla, ella siente que le halan el pelo. Esta última práctica es más efectiva, ya que es el antídoto propio que contrarresta el poder maléfico de esta mujer mágica.



Historia de La Llorona


La Llorona


Uno de los cuentos y leyendas de Honduras más famosos es sin lugar a dudas la leyenda de “La Llorona”, son varias versiones de ésta historia las que se conocen en el país, aunque muchas veces la leyenda de la Llorona es confundida con la leyenda de La Sucia, cuando en realidad son dos seres totalmente diferentes.


La Llorona tiene la apariencia escalofriante de una mujer vestida de blanco, alta, delgada, de rostro calavérico y larga cabellera negra que suele asustar a las personas en los rios, quebradas y caminos solitarios, a los que casi vuelve locos con sus grandes carcajadas que en poco tiempo cambia por llanto desconsolado y gritos aterradores que repite por todo el camino ¿Donde estan mis hijos?

Algunos cuentan que la Llorona era una mujer común y corriente que vivia sola con sus tres hijos, porque su marido que era un borracho que los golpeaba los había abandonado. Pero un día que ellos no lo esperan el hombre decidió regresar a la casa.

Muy molesto porque nadie salió a recibirlo comenzó a gritar y a tirar todo lo que tuvo al alcance de sus manos causando un inmenso pánico en los niños quienes corrieron a esconderse. Ella, que no quería seguir siendo maltratada y para proteger a sus hijos se enfrentó a su marido, quién en un arrebato de cólera la empujó y ella cayó al suelo inconsiente.

Cuando despertó en la casa no estaban ni su marido ni sus hijos. Buscó desesperada por todos los rincones pero no los encontró y asi pasó buscandolos por días, semanas, meses, y años, siempre se le veía correr bajo la lluvia, buscando a sus hijos llorando y gritando sus nombres por todos lados.

Toda su vida los buscó pero nunca los encontró hasta que un dia murió de tristeza y aún después de su muerte nunca se supo nada de los niños ni del padre que se los llevó. Es por eso que se dice que el espíritu de ésa mujer es el que vaga por todos los rincones y no descansa en paz porque todavía anda buscando sus hijos. Por eso se le llama La Llorona porque en las noches se le escucha reir, llorar y gritar desesperadamente ¿Donde estan mis hijos?

Otras personas creen que La Llorona era una linda jóven que siendo soltera salió embarazada y por su condición decidió no tener a su hijo y abortó. Pero al poco tiempo de haber abortado la mujer como si fuera un castigo de Dios comenzó a escuchar permanentemente el llanto de su hijo, el llanto de aquel niño que ella siempre escuchaba la volvió loca y comenzó a vagar por las calles queriendo encontrar paz pero nunca pudo dejar de escuchar a su hijo llorar por eso ahora ella vaga llorando y gritando por su hijo.




Leyenda el Sisimite

El Sisimite

Según narra la leyenda, El Sisimite, también conocido como Itacayo es un monstruo muy parecido al temible Pie Grande de Los Estados Unidos, y al Yeti del Tibet tanto en apariencia como en sus misteriosos avistamientos.

El Sisimite es una especie de mono, o monstruo, de largo pelaje, gran altura y mucha fuerza que habita en las cuevas que están en lo profundo e inaccesible del bosque, se alimenta de frutas y vaga libremente por las montañas más altas.

Se dice que los Sisimites bajaban de las montañas a lugares mas transitados del bosque en busca de mujeres, a las que secuestraban y se las llevaban a sus cuevas, naciendo de esta unión una especie de hombres mono.

Muchos pobladores aún comentan con admiración la asombrosa historia de una mujer que logró escapar de la cueva donde la tenía secuestrada el Sisimite, se dice que el monstruo al darse cuenta del escape persiguió a la mujer con los tres hijos de ámbos pero ella no se detuvo y cruzó el rio, del otro lado se detuvo un instante y vió como el Sisimite enojado porque no regreso tiró los niños al rio y se ahogaron.

Al Sisimite se le asocia al Dios Chac de la Cultura Maya y los pobladores aseguraban que en el interior de las cuevas estan grabadas las manos y huellas que dejaron los sisimites.





Los Mejores Cuentos de Honduras





 Balas Cruceadas
   (Elíseo Pérez Cadalso)



Junto al camino real que conduce hacia Tierras Coloradas, la cruz del finado Casio ya sólo asoma los hombros de puro sumergida en un túmulo de piedras, que crece indefinidamente por obra y gracia de la piedad cristiana, pues cada quien que pasa por allí se cree obligado a arrojar sobre el montón un guijarro más, en sufragio al alma del difunto. Y la cruz, con sus brazos extendidos, da la impresión de un náufrago que está pidiendo auxilio en medio de aquel mar de soledad.

A Casio lo mató Chombito Vargas, el terror del valle entero, cuyas víctimas son tantas que ya dan para hacer un cementerio.

El temible desalmado maneja con igual destreza la pistola, el puñal y el guarizama; y casos ha habido en que, esgrimiendo un simple caite, dominara por completo a dos o tres adversarios armados de machete, picándolos después a su sabor.

Porque lo cierto es que si bien él comenzó su carrera criminal forzado por las circunstancias, ahora mata por gusto, jactándose a pulmón pleno de cada fechoría.

La gente, por temor, le dice Chombito, nunca Jerónimo o Chombo a secas; no vaya a ser que en una de esas tome a mal tanta confianza y ¡pum! te manda de una vez donde San Pedro.

No hay duda de que el hombre se sabe «sus cositas». Dizque cierto brujo mexicano que vino huyendo del hambre allá por 1920, le enseñó las artes para volverse invisible. Y sólo así se explica que cuando la autoridad lo persigue por alguna de las suyas, él frescamente se convierte en cabeza de guineos, y cuando alguien trata de comerlos lo que muerde es el ruedo de sus pantalones. Total, que jamás lo han capturado porque se les hace jolote, perro, chancho, lechuza y hasta tronco de quebracho. Pero aún con esos poderes sobrenaturales, Chombito no está contento. Y la arena en su zapato es Nicasio Santelí más conocido como Casio por ser el único que le ha sacado suertes a la mica de El Pedregal, serpiente de cuatro metros que tiene su cueva al pie de un espavel y que hasta hace poco solía pasearse por el vecindario haciendo depredaciones de animales domésticos, especialmente pollos y conejos tiernos, siendo doblemente peligrosa porque no sólo «pica» sino que también cuerea. La gente asegura que Casio cierta vez pilló al reptil metiéndose en su agujero y que de golpe le tapó la entrada. A los tres días levantó la piedra que le servía de losa, y la\culebra salió como relámpago. Sembrando la cabeza contra la tierra, comenzó a lanzar colazos mortales a revés y derecho, teniendo su carcelero que defenderse con un garrote de apenas pie y medio.

Después de combatir casi una hora, el bicho, fatigado, buscó de nuevo el escondrijo, y el hombre le cerró la salida hasta la próxima oportunidad.

Y vinieron otro combate y otro encierro hasta que por fin un miércoles la mica, ya jadeante y extenuada, vomitó algo amarillento como el ámbar que el vencedor se aprestó a recoger, echándolo en un jícaro sabanero que a propósito llevaba, y al punto, de rodillas, rezó seis avemarias: tres al derecho y otras tantas al revés.

De ahí arranca, pues, el encono de Chombito, quien al saber la noticia, «me quito el nombre si en un mes no le bebo la sangre a ese jodido» dijo, ya que siendo así las cosas, uno de los dos sobraba en la comarca. Eso de eliminar a un adversario tal, tenía que ser obra de astucia, pues el otro no era chiches, máxime ahora que disponía de un amuleto. Por eso Chombo no lo dejaba ni a sol ni a sombra; lo atisbaba hasta en los mínimos pasos; y una tarde en que Casio se disponía a tomar un baño en la Poza del Hombre, le cayó de soguilla, justo cuando ya estaba desnudo, desyugulándolo de una puñalada.

Mientras el cuerpo se debatía en estertores convulsivos, las aguas teñidas en púrpura caducaron el cielo de los peces. Cuando vino la Mayenca, su mujer, ya se había desangrado totalmente.

Con su llanto interior de piedra india, la hembra echó el cadáver en una batea de madera y cargó con él rumbo a la rancha.

Identificar al hechor no fue empresa difícil, primero porque todos conocían al hombre del juramento homicida, y segunda, por la cagada, ya famosa, que el sujeto solía dejar junto a sus víctimas, dizque evitando que lo encontrara la escolta, pues creía a pie juntillas que en eso radicaba el secreto de volverse gaseoso e inasible.

Al velorio llegaron sólo parientes y unos contados amigos, ya que los más se abstuvieron temiendo las represalias del chacal, quien de seguro les espiaba todos los movimientos.

El muerto estaba tendido sobre un tapexco de varas. Un petate le servía de ataúd. Tenía los pantalones adrede desprovistos
de cinturón, para evitar que a medianoche el hechor, disfrazado de torva bestia negra, se lo llevara arrastrado sepa judas para dónde, como había hecho con otros en pasadas ocasiones.

Las mujeres, en un cuarto, le rezaban al Santísimo, con tablillas de miedo en las espaldas, mirando a cada instante hacia la puerta, no fuera a presentárseles de golpe el sombrío personaje.

Sólo Chema, hijo mayor del occiso quince años labrados en pura caoba, no bosticó palabra desde que supo la tragedia. Estuvo, sí, muy ocupado toda la tarde hasta el anochecer. Subió al tabanco y bajó la chuspa donde Casio guardaba sus materiales de cacería: un lingote de plomo para hacer balas; un cacho de bovino conteniendo pólvora; mezcla para hacer tacos; cuatro fulminantes, y varios fragmentos de cartón. La escopeta colgaba del horcón; era de sólo un tiro y se cargaba por la boca, con ayuda de la baqueta. Pero cada mechazo era un venado porque en él iban cinco proyectiles. El mismo Chema ya se había comido nada menos que tres cachudos y cinco tepezcuintes.

Esta vez, antes de cargar el arma tomó las balas una por una ya redondeadas con un pedazo de hierro, alias martillo, y con el filo del machete les marcó una cruz, bañándolas luego con agua bendita. Sólo con balas cruceadas se pué joder al Malo le dijo un día su tata, mientras le enseñaba las, oraciones que él aprendiera de su padrino el mexicano.

Ya no quedaba sino esperar. Llegó la medianoche, y nada. Únicamente el silencio inquieto, que se revolvía por toda la casa.

Por fin, y antes de que cantaran los' gallos, ¡eureka!, apareció la bestia, negra toda ella con la pechera blanca, parándose en sus dos patas a la orilla del barranco. Más que perro parecía un oso enorme, con dos ascuas en los ojos. Mientras lanzaba ladridos casi humanos, un viento de muerte congelaba las gargantas. Todos temblaron. Todos menos Chema, quien, haciendo  mampuesta contra el  horcón, esperaba el  momento más propicio. Y cuando el monstruo quiso avanzar, ¡boom!, sonó la descarga, haciéndolo rodar por el abismo.

Alumbrándose con hachones de ocote, los menos miedosos se acercaron al sitio de la escena, habiendo encontrado únicamente sobre las hojas secas un pespunte de sangre que moría en la quebrada. El animal iba, pues, pegado y seguía aguas abajo...

A la mañana siguiente, apareció Chombito flotando sobre la Poza del Hombre el pecho condecorado por cinco perdigones, con un rostro cristiano, tan cristiano que las viejas rezadoras, estupefactas, reprimieron su comentario, limitándose a decir:

¡Dios lo haiga perdonado  porque era malo el difunto  y se santiguaron, todavía con temor, por aquello de las dudas...


La Tentación
  (Arturo Martín Galindo)



En el centro del valle se destacaba la aldea. Desde la cumbre de un otero, media oculta en el follaje, yo la había adivinado. A la proximidad del villorrio mi mulo alargó, el paso. Llegué a eso de las cuatro de la tarde, cuando el mordisco del sol tendía a la clemencia.

Hallarme hospedado en casa de gente cristiana. Dióseme aposento en la sala de honor, muy blanca de cal y alfombrada de pino fragante. ¡Qué encanto el de estas casitas aldeanas, limpias como ropa lavada y hospitala-irias como un corazón! Al atardecer, una chica de pies desnudos vino a mi cuarto. Sonrojóse hasta los ojos bajo el pecado de los míos que la escudriñaron y me dijo con cantarína voz:

Se le ruega, mi señor, la merienda está esperándole.Fui tras ella hasta el extremo de un corredor, donde sobre una mesa sin mantel humeaba el candido yantar.

Al caer la noche, una muchacha robusta y despeinada se ocupaba de rajar una pesada troza de pino. Yo la ofrecí la fuerza de mi brazo:

—Déjame la tarea, muchacha.
—¡Ay no, señor, no! Si yo lo puedo hender y hay ya bastante ocote para la luminaria. Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano regordeta y rió agradecida. Pude ver la blanca salud de sus dientes, y cuando se inclinó a recoger las astillas resinosas, vi también, por el amplio escote de su camisa almidonada, la rotunda verdad de sus senos.

En el centro del patio chisporroteaba ya la fogarata; era una suerte de sahumerio para ahuyentar la plaga; era además el viejo hogar, el viejo calor doméstico grato a los corazones. Todas las gentes de la casa, en cuclillas, formaban noche a noche una ronda cordial cabe la luminaria; relataban leyendas; toda una tradición de aparecidos y duendes danzaban su danza fantástica; era la hora clásica de la conseja; la llama roja y palpitante ponía en todos los ojos un extraño fulgor, y el estupor que despertaban los relatos, agrandando los ojos, agrandaba el fulgor.       Yo, en tanto, desentumía mis piernas dando lentos paseos a lo largo del corredor; el taconeo de mis botas producía un sonido isócrono y amodorrante; mi sombra trepaba por la pared enjalbegada, en locas embestidas, tan locas e inquietas como las mil lenguas rojas de la luminaria.

Tras el naranjo del patio una luna achatada asomó su desteñida faz, y, a lo lejos, de algún corral distante/ un perro aulló. Era un aullido prolongado y quejumbroso como un grito. Un escatefrío de terror recorrió a las gentes congregadas y hubo un silencio que duró lo que el aullido. Luego alguien explicó:

Sí confirmó otra voz, los perros ven muchas cosas que los hombres no ven.

Un anciano de manos sarmentosas, hundidos los carrillos, desdentado, largas y blancas las pestañas que parecían punzarle los discos apagados de sus iris, terció con gesto patriarcal:

—No es un alma en pena, es que ha visto pasar la Tentación.
—¡La Tentación! clamó una voz medrosa de mujer; y un mocetón recio y brutal, inocente o estúpido, se persignó.
—Sí, la Tentación confirmó el anciano—. Primero se siente un gran viento frío y luego baja de la montaña una bola de fuego... Cuando esto pasa, aullan los perros y caen las flores de los árboles que están en flor y a las mujeres embarazadas las prende la -calentura... Cuando pasa la Tentación es que el Enemigo Malo anda suelto...

Un zagal, los ojos de asombro y la voz aflautada, con tono presuntuoso exclamó:

—¡Mérito ayer no más al mediodía que yo venía del rastrojo! Hizo un gran viento, un gran viento frío, pero no vi la bola porque se me voló el sombrero y medí la estampía a recogerlo.

—¡Animal! agredió el corro. La Tentación sólo tienta de noche.
—¡Verídico! sentenció el viejo de las pestañas. La Tentación sólo tienta de noche. Yo sí que la vi allá en mis mocedades.                                             

Era una noche negra, negra... Cuando yo regresaba de rondar la casa de una  muchacha, que ahora ya es abuela, terciada la vihuela con que me acompañaba las coplas, y unos buenos tragos entre pecho y espalda, medio adormilado, íbame derechito a mi champa, cuando desde un corral un perro aulló y vino un gran viento frío...

—¡Asús, qué tribulación!
—¡Sea por Dios! ¿Era la Tentación, abuelo?
—¡Era la Tentación! repuso el viejo. Y al ver venir desde la cumbre del Pinabetoso la gran bola de fuego, me puse a temblar... pero me acordé del escapulario del Carmen que llevaba en el pecho, y agarrándolo con la mano izquierda, me persigné tres veces con la derecha. En ese momento la bola pasó sobre mí sin tocarme...


El mocetón recio y brutal se levantó calladamente para atizar la fogarata; la luna parecía, naufragar entre un oleaje de nubes plomizas; yo continuaba mis paseos a lo largo del corredor; el taconeo de mis botas producía un ruido isócrono y amodorrante; mi sombra trepaba por la pared enjalbegada, en locas embestidas, tan locas e inquietas como las mil lenguas rojas de la luminaria; la muchacha que sabía hender el ocote se destacó del corro y al dirigirse hacia su cuarto, pasó cerca de mí; iba muy pálida y los ojos le brillaban extrañamente; recordé sus dientes blancos y el amplio escote de su camisa almidonada, dentro de la cual yo había sorprendido la doble verdad de sus senos: y sentí frío en la médula y como una bola de fuego rodó por mis venas, la Tentación...


Primer Amor

 (Froylan Turcios)

   La virgen de los quince años, que nunca había amado, en una tarde escarlata interrogó al hombre taciturno sobre algunas cosas del alma. Le interrogó más bien con la mirada profunda que con los labios floridos.
-El amor us una embriaguez divina. Es la suprema angustia y la suprema delicia. Amar es sufrir, es sentir dentro del espíritu todas las tempestades y todas las alegías. Es vivir una vida fantastíca, impregnada de trizteza y de perfumes. Es soñar dulces cosas a la hora del crepúsculo y cosas extrañas en la callada medianoche. Es llevar constantemente en las pupilas la imagen de la mujer querida, y en el oído su voz, y en todo el ser la gloria de su encanto.

Ella le miraba sonriendo misteriosamente.

El continuó:
-No sé lo que una mujer peuda pensar y sentir; pero me imagino que en ustedes las sensaciones son más sutiles y más hondas.

-Habla usted de tristeza y de sufrimiento -exclamó ella-, y yo creíía que en el amor no cabían esas palabras.

-Yo me he referido únicamente al amor sin esperanza -murmuró en voz baja el taciturno-. Al hablar de tristeza y de sufrimiento me he referido al amor sin esperanza. He dicho la emoción de amar; pero no la de sentirme amado.

-Usted, pues, ¿jamás ha sido amado?

-He sido amado locamente por mujeres blancas y tristes, por vírgenes morenas y ardientes. He sido amado por muchas criaturas seductoras. Las he sentido sollazar en mis brazos y jugar con mis cabellos y cubrirme de besos apasionados. Pero en el fondo de mi alma he permanecido impasible, frío ante tus caricias.

-Entonces- dijo la jovencita-, ¿no conoce usted la verdadero placer de sentirse amado? Porque si usted no amaba, no podia gozar con el amor de las otras...

-Sí, ciertamente, no he gozado con el amor de las otras.

-No conoce usted- dijo ella gravemente- el placer de ser amado. O quizá no habrá sentido el amor.

-No conozco ese placer. Es decir, conozco, ahora, el amor; pero no la felicidad de sentirme amado. Diera la vida por una hora de esa felicidad. Usted es la única en el mundo que pudiera dármela.

Ella no contestó.
Pero entre la llama violeta del crepúsculo, la vió temblar y ponerse pálida.


Navidad
(Enrique O. Samayoa M.)

 
Los animales de una pequeña finca discutían que cuál de ellos sería el más tomado en cuenta por sus dueños, sobre todo a quién de ellos querían más los niños. El gato dijo que creía que era él, porque siempre que se acercaba a ellos corneándoles  todos lo acariciaban. El perro creía que era él por ser el que jugaba más con los niños y era el preferido. El perico pensaba que también era él, porque le permitían subirse al hombro de sus amos y hacerles cosquilla en las orejas. De esta y otra manera participaron el gallo, la gallina, los conejos, etc.
Una mula y un buey que estaban en el corral, oían atentamente y se secreteaban haciendo historia de que ellos habían sido los predilectos por haber calentado al Hijo de José y María cuando hubo la primer Navidad, por lo que el burro dijo que él había sido seleccionado para llevarlo triunfante a Jerusalén. De esta manera todos se quedaron callados pensando que por algo Dios los habían seleccionado para estar más cerca de los niños, pero que todos eran iguales hasta los más humildes, como las ovejas que estaban muy calladas, aunque ellas también habían estado atestiguando la primer Navidad.
De pronto la plática se vio interrumpida porque los niños de la casa salieron a jugar, era una noche muy hermosa, iluminada por muchas estrellas y deteniendo sus carreras y brincos uno de ellos dijo «Yo veo una estrella muy linda y grande», otro niño dijo: «no es una estrella porque tiene una luz fija y según he oído a mi padre es un planeta que se llama Venus». Todos comentaban, cuando de repente apareció un vecinito hijo del ordeñador de la finca, muy humilde, que les preguntó si podía jugar con ellos y todos lo aceptaron.
Los niños dijeron que ellos también creían que habían otras estrellas que aparecían sólo en ciertas épocas, como la que sus padres les decían, que era la que apareció en la primer Navidad y que el Niño Dios la usaba para visitarlos y traerles presentes, si se portaban bien.
El niño del ordeñador se quedó pensativo y les dijo que él creía portarse bien y que posiblemente el Niño Dios no lo quería porque a él no le traía presentes y que quien le hacía juguetes de madera era su papá.
Los animales amigos de los niños tanto los que estaban dentro de la casa como los del corral, con su finísimo y sobrenatural oído lograron escuchar la plática de sus amigos y decidieron presentarle a su Diosito lo que habían oído.
Como ya eran los días cercanos a que se celebrara la Navidad se les apareció un pequeño pastorcito que les dijo era enviado del Señor, para decirles que todos los animales eran criaturas de El, por lo que nadie debía considerarse más que otros y que tanto niños como animales eran queridos por Dios y que eso se lo deberían decir a sus amigos.
El perro preguntó que cómo podrían comunicarle a sus amigos los niños, lo que se les encargaba, ya que ellos no hablaban. El pastorcito les dijo que a través de los sueños ellos platicarían con sus amigos y que tres días antes de la Navidad iban a sentir sueño tempranamente; que entonces se encontrarían en un gran jardín, animales y niños, incluyendo al hijo del ordeñador, para que planificaran cómo celebrar ese hermoso día.
Así sucedió, el 21 de diciembre todos estaban tempranamente con sueño y se acostaron y soñaron lo mismo; entre ellos estaba el pastorcito, rodeado de muchas ovejas, sentado en una roca rodeada de flores, los niños sentados a su alrededor y los animalitos acompañándoles.
¿Cómo vamos a celebrar la Navidad? Preguntaron los niños. El hijo del ordeñador se paró y les recordó que en el patio de la casa estaba un pequeño pino el que podrían adornar con frutas, como naranjas, mínimos (bananos), mandarinas, ciruelas, granadillas, limas, limones y muchas frutas más. El partorcito agregó que él las haría brillar con polvo de estrellas y que en el pie del árbol pusieran imágenes que recordaran cómo había venido el Niño Dios. Los niños aplaudieron, el gato maulló, el perro ladró, la vaca mugió, el burro rebuznó, la mula relinchó, las ovejas balaron y todos muy alegres preguntaron: <
¿Y LOS REGALOS?
Bueeeeno, dijo el pastorcito rascándose la cabeza, veremos cómo les ayudamos a sus padres para que les consigan los regalos, pero todos tendrán regalos, así que hagan su lista, no la escriban, sólo piensen y yo me encargaré de que no se olvide nada.
Al día siguiente todos se despertaron muy contentos y no dijeron nada a sus padres, de inmediato fueron a conseguir las frutas y trabajaron mucho colocándolas con todo cuidado, así que el 24 el árbol estaba muy bien arreglado y al pie de él estaban las figuras que representaban el pesebre con todos los animales, por lo que las ovejas, la mula y el buey estaban muy orgullosos de estar allí representados.
PERO EL ÁRBOL NO BRILLABA.
Los niños por la noche llamaron a sus padres para que vieran su obra y les dijeron que el árbol y sus frutas brillarían, los padres incluyendo al ordeñador se quedaron viendo entre sí creyendo que sus niños estaban soñando y preguntaron ¿que cuándo brillaría el árbol? Todos en coro dijeron:
«NO SABEMOS, PERO BRILLARA».
Al llegar la medianoche los padres llamaron a sus hijos porque ya se aproximaba el momento por todos esperado, pero el hijo del ordeñador dijo «Yo creo ver un cometa». Todos corrieron afuera y lo maravilloso fue que de la cola del cometa bajaba el polvo de estrellas, entonces el árbol y todas las frutas se iluminaron y bajo de él aparecieron muchos regalos cada cual con el nombre de cada niño y apareció un gran letrero que decía.
«FELIZ NAVIDAD».






que terrible mirar hacia la viga



Algo se mece en la viga





Sobre el techo de la casa de la pequeña Gissela se escucha un ruido extraño.




Sobre el techo de la casa de la pequeña Gissela se escucha un ruido extraño, es un hombre que se ha suicidado y tiene su alma en pena y necesita ayuda de los inquilinos de la casa para lograr el perdón de su madre...
San Pedro Sula, Honduras. Gissela es una niña de doce años cuando experimentó lo que realmente es sentir miedo, ella es hija de un albañil que trabaja en una construcción cercana a la casa que habitan, es hija única es la niña de los ojos de sus padres. Gissela se llama la pequeña, su padre es Iván y su madre Sandra Patricia, Gissela se encuentra haciendo sus tareas sobre una mesita de madera a la que hay que ponerle cuña debido a que renquea de una pata, ella es feliz cumpliendo con sus deberes escolares.
Le parece escuchar un ruido sobre el techo, voltea a ver y siente una ráfaga gélida, el frío recorre su cuerpecito. Por la tarde cuando papá regresa, mamá hace la cena y procede a servir.
Lávese las manos hija, dice el padre antes de comer y después de hacerlo hay que lavarse amorcito que no se le olvide, la comida es humilde, frijoles parados con queso, tortillas tostadas y café de maíz, la pequeña le cuenta a sus papás que en el techo se mueve una cosa que varias veces ha sucedido. Algo se mece en esas vigas papá, mmmmm... qué raro, nunca he sentido nada, a lo mejor es en la casa vecina, como en estas casas todo se escucha, puede ser eso, tal vez papá es que se oye tal real como cuando yo estoy en los columpios.
Aproximadamente a las seis de la tarde después de la cena el humilde albañil se sentó en un taburete forrado con piel de vaca, de esos que se utilizaban antes en todas las casas, se acomodó a leer una vieja revista y fue cuando sintió que algo estaba sobre su cabeza, no vio a nadie y siguió leyendo, minutos más tarde algo se movió sobre las vigas... deben ser los ratones que andan jodiendo otra vez, voy a poner las ratoneras y veneno.
Esa fue la primera vez que escuchó los ruidos, le dijo a su mujer y a su hija que había descubierto que eran los ratones los que hacían los ruidos, pero la niña insistió . No... no son ratones papá, algo se mece en esas vigas, además me da frío cuando eso pasa, no hubo más discusión y se fueron a dormir.
Esa misma noche Sandra Patricia se levantó pensando que se había metido alguien en la casa, despertó a su esposo, deben ser ladrones Iván hay que ver con cuidado, aquí llevo una tranca en la mano, no te preocupes déjame ir adelante.
Cuando llegaron a la salita sintieron la onda gélida, sus cuerpos se estremecieron luego el ruido en las vigas como si alguien estuviera meciéndose. Lo que dijo la niña es cierto, dijo la señora algo que se mece allá arriba. Iván alumbró hacia el techo con su foco de mano y apenas pudo observar que sobre una de las vigas se movía una pequeña sombra, eso fue todo, mejor regresemos mi amor esto no es nada bueno.
El matrimonio regresó al dormitorio, la niña estaba profundamente dormida en su cama, no se dio cuenta de lo sucedido, el hombre y la mujer se encomendaron al todopoderoso para que aquel fenómeno extraño desapareciera de la casa antes de que las cosas pudieran empeorar.
Gissela regresaba del colegio muy contenta en compañía de dos de sus amigas, se despidieron con un beso en la mejilla y agitaron sus manos con un hasta mañana.
La niña pasó por donde una vecina que la llamó: Oye niña, ¿puedes venir un ratito?... como no doña Tina, ¿en qué puedo servirle?... estaba pensando que ustedes son los únicos que han vivido en esa casa y no han salido corriendo, dicen que ahí asustan... ¿ustedes no han visto nada verdad...? no, no hemos visto ni oído nada. Ummm solo para eso te llamaba. Pues qué bueno... cuando llegó a su hogar la niña contó a sus papás lo dicho por la vecina, los esposos se miraron unos con otros y disimulando dijeron aquí lo que hay son ratones y nada más, tu papá va a poner el veneno y las ratoneras. Llega la noche, Gisella está haciendo nuevamente las tareas para el día siguiente, sus papás se encuentran en la habitación cuando siente que les caen granitos de arena en la cabeza, se los sacudió y cuando ve hacia el techo las venas se le paralizan, siente que la cabeza le está creciendo, quiere gritar y no puede, trata de moverse y no lo logra, sobre su cabeza y meciéndose en una soga está un hombre ahorcado. Como puede y haciendo un gran esfuerzo logra gritar: papá... papá... papá... Los papás salen en veloz carrera y ven aquel fantasma del hombre ahorcado que se mece en una soga, corren hacia su niña y la abrazan, del techo cae un papel como si hubiera salido de la bolsa del pantalón del muerto.
Recogen el papel y leen: Esta es la dirección de mi mamá, en vida la hice sufrir mucho, díganle que me perdone no puedo llegar adonde voy porque me falta su perdón... Los esposos y la niña al día siguiente se fueron a un pueblo cercano donde vivía la madre del ahorcado, le mostraron el papel y comenzó a llorar, no quise perdonarlo porque en vida fue muy malo conmigo, me hizo sufrir y creo que ya sufrió más que yo en el más allá. Hijo mío si me estás escuchando te perdono.
De regreso a casa nunca más volvieron a escuchar el ruido sobre las vigas donde aquel hombre desesperado se había ahorcado cuando fue inquilino de esa casa.
Gissela que hoy es una profesional de la medicina dice que nunca en la vida ha experimentado el terror que se apoderó de ella cuando era una niña de doce años, papá murió ya viejo, vivo con mi esposo mis dos hijos y mi madre, nos llevamos en armonía, lo menos que deseamos es una discusión, no queremos que nuestra alma pene cuando estemos en la otra dimensión.

La Historia del Cadejo

El Cadejo


La leyenda dice que tras observar todos los males que aquejaban al pueblo, Dios decidió crear una figura que atemorizara al humano pero con el fin de protegerle. De allí surgió un ser con morfología de perro, con los ojos rojos y de color blanco como las nubes que se encargaría de protegerle. El demonio, enojado por la acción del Padre, formó una copia idéntica pero de color negro, que provoca pavor en aquel que le observa.

Existen por tanto dos cadejos: el blanco y el negro; el primero representa la bondad y a quien se lo encuentre lo cuida. El negro, por el contrario, de ser molestado atacará a quien lo perturbe. Incluso el cadejo blanco eventualmente defiende a quien resguarda al encontrar el cadejo negro en su camino, trabándose entre los dos una fiera lucha.

De este animal se cuenta mucho, El Cadejo se le aparecía a los viajeros nocturnos, algunas veces el cadejo se acostumbraba a acompañar siempre a los hombres, pero solo con los solteros, el cadejo así como defendía a su acompañante, le molestaba que éste no hiciera su voluntad, y cuando se enojaba era muy peligroso porque se convertía en animales de inmenso tamaño.

El Cadejo, cuentan algunas personas se alimenta de sangre de animales, muchas personas cuentan que en ocasiones se atravesaba en la calle y no dejaba pasar a su acompañante, si este se resistía se agrandaba y se le tenía que obedecer, al día siguiente corría el rumor de que más adelante había un asalto, o estaba la Guardia golpeando a todo el que pasaba.

El cadejo en su mayoría no ha sido visto como susto, sino como un ser nocturno de propiedades sobrenaturales, los que lo vieron dicen que era del tamaño de un cachorro, nariz puntuada y al caminar provoca el sonido como los casquijos de una cabra, cuando se siente lejos es que esta cerca quizá junto a uno, y si se siente cerca es que esta lejos.

A menudo el cadejo luchaba con otros espíritus inclusive hasta con hombres para defender a su acompañante, muchos quisieron alguna vez tocarlo pero nadie ha dicho haber podido hacerlo.




La Sucia


Dicen que cierta noche un joven de un pueblo de Santa Barbara salió de su casa a visitar una muchacha que le gustaba, la verdad es que él estaba muy enamorado. Se quedó con la muchacha hasta pasadas de las 9:00 pm. Cuando regresaba a su casa, al cruzar por una quebrada (riachuelo) vio a una joven lavando su ropa por lo que debido a que era de noche y que no había nadie más alrededor trató de seducirla sin que la muchacha le correspondiera y manteniéndolo ignorado sin darle la cara.
Él, abusivo y al sentir el desprecio de la joven, trató de abusar de ella , sujetándola con fuerza y trató de apartar la enorme cabellera que le cubría el rostro de la mujer sin resultado alguno. La mujer se soltó de él y apenas alcanzó a escuchar un ligero sollozo de ésta, pero el hombre no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de seducirla.
Se disculpó por el forcejeo y le dijo que lo único que quería era un beso por lo que la mujer asintió con la cabeza y él se acercó a ella, apartando su pelo para dejar al descubierto su rostro y poderlo besar. Haciendo esto se escuchó el mayor alarido que garganta humana puede escuchar y el hombre salió corriendo volviéndose loco en el acto, y lo único que exclamaba era que había visto una mujer con cara de monstruo y con un aliento pestilente.
Hoy en día se dice que esta mujer se le aparece a los hombres mujeriegos en sitios solitarios de su camino y es muy conocida como La sucia por su costumbre de aparecerse lavando ropa sucia.

Historia Sobre la Lluvia Milagrosa



La Lluvia de Peces


Según el folclore, popular, es un fenómeno meteorológico extraordinario que sucede en la ciudad de Yoro, a un kilómetro de distancia, hacia el Suroeste de la población, en la llanura llamada "El Pantano", que limita al Oeste con el cerrito de "El Mal Nombre". Consiste en una lluvia de peces que se sucede anualmente, entre los meses de mayo y julio, iniciando generalmente a las cuatro o cinco de la tarde, con una nube negra, seguida de fuertes descargas eléctricas, que aparece en el cerro de Mata Agua.

Según los habitantes de Yoro, este fenómeno ha venido ocurriendo en esta zona desde hace más de un siglo.
Testigos de este fenómeno señalan que comienza con un oscurecimiento del cielo causado por nubes densas, seguido por relámpagos y truenos, vientos fuertes, y una lluvia copiosa que dura de 2 a 3 horas (comportamiento típico de las tormentas tropicales). Una vez que la lluvia ha cesado, los pobladores encuentran cientos de peces esparcidos por el suelo, aún vivos. Los pobladores los recogen y transportan a sus casas para cocinarlos y comerlos posteriormente.
Los peces son de agua dulce, siempre se los encuentra vivos, y, según los pobladores, no son del tipo de peces que se encuentra en áreas cercanas.
Muchas personas atribuyen la aparición de los peces al milagro de un sacerdote católico español, el padre Manuel De Jesus Subirana, considerado por muchos como un santo. Subirana visitó Honduras entre 1856 y 1864. Al encontrar mucha gente pobre y hambrienta, oró durante tres días y tres noches pidiendo a Dios un milagro que ayudara a los pobres a conseguir alimento.

Pero Varias teorías se han formulado para explicar científicamente, este curioso como interesante fenómeno; pero la que parece más acertada es la que lo atribuye a una tromba marina procedente del Atlántico, por la constante dirección de donde la nube procede, por ir el aguacero acompañado de frecuentes y formidables descargas eléctricas, y por caer invariablemente en la planicie de "El Pantano", en donde, debido a la existencia de minerales de hierro, hay quizá, un polo que atrae a la tromba, en la cual vienen los misteriosos pececillos.

Las Mejores Historias de Honduras

El Jinete Sin Cabeza




Y el silencioso crepúsculo se arrebujaba entre la dulce meditación en que la llanura solía extasiarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la quietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de garzas van copiando sus finísimos plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas. Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento arrecuesta sus erizados cabellos.
Es verano. Y toda la llanura está reseca y solitaria, con aquella triste melancolía. Ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá en el corredor de la Hacienda, el Viejo Patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocanadas de humo de pipa.
Son pasadas las seis de la tarde; este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales, el ganado espera entrar en reposo y de cuando en cuando óyense los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño. La peonada se ha concentrado en la cocina y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida saborean con apetito la merienda del día.
Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el allegro grandioso.
Todo el llano se puebla de sombras y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda los candiles lanzan su luz cobriza. Patricia, la hija mayor del Patrón, se ha acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues Rosendo, uno de los sabaneros acababa de contar, una terron'tica narración, de las que suelen contarle cuando termina el trajín.
-¿Qué te pasa hija mía? Preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquella seriedad de hombre respetable.
-Vieras papá,, que Rosendo estaba contando en la cocina que aquí asustan,, que llega tocias las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza.
Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote.
-No temas hijita, son supersticiones; son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo.
-Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto?
-Yo te lo contaré, escúchame.
-Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela que en aquellos dorados tiempos cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, pe celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del Niño Dios, por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío. Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del Patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por lo cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmel ita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que había entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado.
José, sabanero dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a "ispiar" al cruce del camino de la plazuela, y así saciar su criminal y cruel instinto.
En efecto Luciano sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José sin masticar palabra alguna se lanzó encima del desafortunado muchacho descargando su arma criminal y cortándole la cabeza.
El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero. Por eso hija mía cuando en las noches de luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha el trotar lejano de un caballo que viene acercándose a la hacienda, luego se oye que desmonta alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato vuelve a montar y se aleja por el llano.
Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza, es el mismo que en otros tiempos fue víctima de aquella tragedia pasionaria; es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda.
-Ya vez, hijita, esta es la leyenda que Rosendo quiso contarles a los compañeros. Ahora, anda tranquila a dormir, que yo te seguiré, y olvida esa superstición, y que Dios te acompañe.
Patricia después de oir aquel relato, dio un beso a su padre y paso a paso sumida entre un profundo silencio, fue en busca del descanso. En el zaguán sillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra, rumiaba sus penas en las dolientes notas de una canción, triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de los llanos a ser posadas en las copas florecidas de los árboles centenarios, canción que hace llegar hasta el blando lecho, donde duerme la amada mujer, de sus sueños.